Tte. Cnl. Héctor B. Varela

Militar, coronel que participó en la denominada Semana Trágica en la ciudad de Buenos Aires bajo las órdenes del Tte. General Luís Dellepiane. Fue designado por el presidente Hipólito Yrigoyen para accionar en oportunidad de las huelgas en Santa Cruz.

Varela no es hombre de detenerse a pensar si lo quieren meter en un juego extraño o no. Él piensa en la tropa, en los planes, en los preparativos, en el apoyo logístico. Ordena, actúa. El 10 de Caballería tiembla. Varela es un militar de alma. Le gusta la acción, la disciplina, el cumplimiento del deber, que todos sus soldados sean verdaderamente machos. Es un gran admirador de la organización militar alemana y desde hace años estudia ese idioma con dedicación.

Tuvo a su cargo el Regimiento 10 de Caballería que llevó adelante los fusilamientos de 1500 obreros rurales (1921/22). Fue conocido como el “Fusilador de la Patagonia”.

Cuando terminó aquella campaña y zarpó de Santa Cruz hacia Buenos Aires, concurrieron a despedirlo los miembros del gobierno territorial, de la Sociedad Rural, de la Liga del Comercio y la Industria y de la Liga Patriótica. Viajaba en el “Asturiano” y allí mismo ya va viendo el clima que le espera. Se entera que su represión ha caído mal en los círculos radicales, en la población en general, y para qué decirlo, en la clase trajajadora. El puerto de Buenos Aires es un testimonio de que esos rumores son ciertos. No hay nadie. Absolutamente nadie en representación del gobierno o del Ministerio de Guerra. Llega el comandante Varela, el hombre que fue a dar la cara a la Patagonia y no lo espera ni un perro. Solamente está formando un cordón invulnerable detrás de los galpones, la muchachada de la Liga Patriótica. Carlés le ha dicho a Varela que vaya tranquilo, y ha cumplido. Los anarquistas en reuniones y asambleas, al denunciar la masacre del sur, dicen a todo pulmón que a Varela lo van a esperar a la vuelta. Sobre él caen los más duros calificativos: asesino, verdugo a sueldo, ladrón, criminal.

A un año de aquella matanza, el 27 de enero de 1923, sufrió un atentado en las puertas de su casa. El obrero anarquista, Kurt Gustav Wilckens, le arrojó una bomba y le disparó el cargador hasta saberlo muerto.